Parece que para muchos el verano es sinónimo de dormir más, pero sabiendo que hay gente que les espera, muchos jóvenes como Sara no quieren fallar a sus amigos y no dejan de ir a desayunar y hablar un rato con ellos. Durante el curso, todos los sábados hace la misma ruta para repartir desayunos a personas que no tienen hogar. Para ella, ahora eso ya es mucho más que hacer voluntariado… es «quedar con sus amigos».
Más de tres años lleva esta voluntaria haciendo la misma ruta por la calle Arenal. Encuentros y largas charlas han llevado a Sara a seguir implicándose cada vez más. “El desayuno solidario ya es parte de mi vida, no lo puedo dejar -comenta- aunque mis amigos siempre me digan es verano, es sábado, ¿vas a ir?”. Después de tantos años compartiendo experiencia con el grupo de voluntarios que la acompañan, ellos también se han vuelto grandes amigos.
En verano hay menos gente que apoya y para las personas en situación de calle también supone un cambio. Muchas de las personas que se encuentran en esta situación se van a otras provincias con la esperanza de encontrar algún trabajo. En muchos sitios, como en León, se organizan vendimias, por ejemplo. Es un trabajo sencillo al que pueden acceder. Aunque algunos logran encontrar trabajo, otros continúan sobre el asfalto caliente de Madrid. Si bien es cierto que las noches son más agradables en una ciudad tan grande como esta, la afluencia de turistas es enorme y para algunos puede resultar sofocante.
“Estas personas se han vuelto como unos amigos”– Sara
Los voluntarios hacen el recorrido, con frío y con calor, pero a pesar de que algunos días las circunstancias puedan ser más difíciles eso no supone un obstáculo para conocer a las personas. Para Sara y como para muchos: “Estas personas se han vuelto como unos amigos. Si han tenido alguna operación, pues les preguntas qué tal ha ido o también qué tal la semana… Con el tiempo, ellos también te preguntan a ti, si haces un viaje o cuando vuelves, te preguntan”, afirma.
Sara duda en contarnos alguna historia, porque muchas de las cosas que habla con ellos se las dicen en confidencia. Aun así, sí que nos cuenta una pequeña anécdota: “Hace poco, una señora que siempre veíamos, que desapareció hace un tiempo, la volví a encontrar y me regaló una pulsera. Me la colocó y me dijo: ‘Por si acaso no nos volvemos a ver, toma un cachito de mí’ y desde ese momento no la he vuelto a ver”.
Sara no sabe si va a volver a encontrar a esta señora, pero tiene que seguir ayudando a lo largo de su camino. Además, sabe que el domingo, y en la misma ruta, verá a Mónica, otra de nuestras voluntarias y tienen una gran tarea por delante. Esta voluntaria, en cuatro años solo ha faltado algún domingo. Como Sara, Mónica también afirma: “La gente a la que visitamos y les damos el desayuno ya son parte de mí, entonces me gusta ir a verlos todos los domingos, hablar con ellos y saber cómo están”. Ahora, en vacaciones, ella tampoco descuida a sus amigos, es más, le parece mejor porque puede dedicarles más tiempo, “en verano no hay muchas ONG que sigan yendo a ayudar a la gente de la calle y es por eso que ahora, más que nunca, hay que ir”, cuenta Mónica.
Con esta seguridad de la necesidad que hay en las calles y aguantando los 40 grados diarios en Madrid, Mónica sabe que la gente lo ve como algo admirable y por eso anima a los que le preguntan a unirse a este voluntariado. Para las personas que viven en la calle, estos 40 grados también suponen un cambio. Mónica nos comenta: “El calor lo llevan bastante mal, pasar horas intentando conseguir comida o dinero bajo este sol es infernal. El agua que consiguen se calienta en nada y es difícil estar todo el día así. Además ellos tienen todas las cosas en la calle, y tienen que ir cargando a cualquier sitio a donde van, toda la ropa de invierno, sacos de dormir… y lo pasan mal”.
Ella procura pasar el tiempo necesario con cada una de las personas que se encuentra en la ruta y nos relata: “si que es verdad que hay un hombre en concreto que nos encanta a todos y se llama Alejandro. Él es como un padre para nosotros, se preocupa y nos tiene mucho cariño”.
“Todos nos podemos encontrar alguna vez en esa situación y no podemos ni imaginar cómo actuaríamos”– Mónica
Cuando Mónica y Sara cuentan sus historias parece que todo es muy fácil, pero es cierto que escuchar vidas tan complicadas supone un gran esfuerzo mirar y sonreír. “Todas las historias son únicas y en la calle puedes encontrar desde un hombre que trabajaba en una discográfica y que perdió todo, un chico con cinco idiomas que por culpa de la crisis y los malos vicios acabó en la calle… Sinceramente creo que cada uno tiene sus problemas, sus formas de salir de ellos y al final ninguno de nosotros debemos de juzgar el por qué alguien ha acabado en la calle o por qué no sale de ella”, dice Mónica. Son personas iguales que nosotros y si escuchamos lo que nos cuenta esta voluntaria sabemos que: “al final, todos nos podemos encontrar alguna vez en esa situación y no podemos ni imaginar cómo actuaríamos, si seríamos fuertes… con mi experiencia me he dado cuenta que la calle es muy dura, y la mente muy débil; por lo tanto, admiro a las personas que aun estando en la calle luchan con una sonrisas, te hablan con cariño y respeto y aguantan a pesar de todo”.
Sara ya tiene todas sus horas de voluntariado para la Universidad cubiertas, pero no duda en hacer más. Por eso, al preguntarle si continuará el año que viene su respuesta es firme: “Sí, seguro. Como dije, ya es parte de mí”. Mónica no se queda atrás y afirma: “Continuaré el próximo año y muchos años más. Este voluntariado te engancha, pero no por la obra social que haces, sino por la gente con la que haces el voluntariado y la gente a la que ayudas. Ellos son los que verdaderamente enganchan”.
¡Gracias voluntarios, por tan buena labor!