20/07/2017

La alegría de los búlgaros, el mejor recuerdo del voluntariado allí, este verano

Otro idioma, otro país, mucho calor y mucho trabajo. Nada de esto ha sido un obstáculo para 27 chicos de Zaragoza, Logroño, Madrid y Talavera de la Reina que han cambiado el bañador y la toalla por la pala y la brocha, en un pueblo de Bulgaria. Allí han hecho voluntariado en tres orfanatos y una residencia de ancianos, y han trabajado en la jardinería, movimiento de escombros y pintura en varias parroquias. Los habitantes del pueblo de Kalojanovo los han acogido con los brazos abiertos. El idioma podía ser una dificultad, ya que, como nos cuenta divertido Enrique Cuesta, coordinador de la actividad, del Área Territorial de Aragón, “es muy difícil. Por ejemplo “da” es “sí”, pero mueven la cabeza de izquierda a derecha, como indicando “no”… y eso nos confunde”. Sin embargo, dicen que esto no les supuso un freno para el proyecto, porque “con una sonrisa ya todo estaba dicho”.

Nuestros voluntarios cuentan que los búlgaros son personas muy alegres, sencillas y trabajadoras. Como Martín, un chico de 21 años, que tuvo un accidente de tráfico hace dos años y ahora tiene un brazo y una pierna con atrofia. El testimonio de este chico y su sueño de ser cocinero, es de lo que más huella ha dejado a los voluntarios. Como cuenta Enrique, “al principio, pensábamos que al sacarle de casa y estar con gente joven le estábamos ayudando, pero el bien nos lo ha hecho él a nosotros. Es muy alegre y en ningún momento se queja de sus limitaciones. Los chicos hicieron amistad con él y, conocerle, nos ha ayudado a todos a ver que los pequeños problemas que tenemos no son nada”.

A lo largo de las dos semanas que los voluntarios estuvieron en el pueblo, los vecinos les ofrecían pasteles y dulces, para agradecerles su trabajo allí. Incluso, uno de los días les prepararon un festival con bailes típicos regionales. “Nos quedamos todos alucinados con la preparación y armonía”, recuerda Enrique. Y, con el mismo entusiasmo, el último domingo por la noche, prepararon una cena de despedida con todas las personas que habían colaborado. Martín también estaba allí y su madre contó que llevaba dos años sin querer salir de casa, y que esos días, hasta salía él solo y se le veía contento. Aunque parece que para Martín fue toda una experiencia, Enrique lo tiene claro: “Somos nosotros los que hemos aprendido de él”, subraya.

Actividades como esta hacen que los jóvenes se ilusionen con la posibilidad de cambiar el entorno que les rodea y que descubran el atractivo de plantearse un verano en el que, además de playa o montaña, haya tiempo para el #LivingforOthers. “Nos quedamos con la ilusión de poder repetir el año que viene”, afirman sin dudarlo.

¡Gracias a todos los que habéis hecho posible un cambio en ese pequeño pueblo, al otro lado del mapa!