Guille, a más de 5 horas de vuelo desde Valencia, dedicó 360 horas a ayudar en Senegal. Él decidió que su verano iba a ser para los demás. Y, con otros 22 jóvenes universitarios y profesionales del Área Territorial de Levante de Cooperación Internacional ONG, estuvo 15 días dedicando su tiempo a habilitar un espacio de una escuela deficitaria, de la localidad senegalesa de Bignona.
Antes de viajar, tuvieron que organizar distintas actividades para recaudar dinero y poder rehabilitar la escuela abandonada que se volverá a poner en marcha este octubre después de 40 años cerrada. Mientras unos atendían la obra de reconstrucción, un tercio del grupo se dedicaba a sacar adelante una improvisada Escuela de Verano. Según nos cuenta Guillermo, “fue todo un éxito. Las clases de español, la guardería o los juegos que montábamos entre los niños y jóvenes… Cuando no hay nada más que compartir que el propio yo, se van creando poco a poco lazos humanos”, recuerda.
Para él fue una experiencia inigualable, “cómo vivían las gentes de ese pueblo, aun teniendo tan pocas comodidades- e incluso algunos sin poder cubrir alguna necesidad básica-, era un testimonio bellísimo de humanidad. Una muestra viva de cómo la necesidad manifiesta y la vida en comunidad son la ocasión idónea del encuentro personal con el otro: el hermano, el vecino, el voluntario”. Lo que él nos cuenta no es algo que se aprende en unas pocas horas, el voluntariado es trabajo de muchos días de constancia, ya sea a partir de una necesidad específica o, día a día, con gente cercana.
“Cómo vivían las gentes de ese pueblo, aun teniendo tan pocas comodidades era un testimonio bellísimo de humanidad”
Observar la necesidad tan de cerca no es sencillo, además de que al ser una cultura diferente “no es fácil convertir en un discurso ese mural de conversaciones, encuentros, personas, miserias, aventuras, reflexiones”. Pero, sí puede afirmar que: “Todos -los 23 jóvenes- hemos vuelto transformados. Aunque todavía no sabemos muy bien cómo ni cuánto”, asegura Guille.
A pocos días de la vuelta a casa, a Guillermo Mislata le cuesta explicar todo lo que ha sido esta experiencia. Con la idea de ayudar en Senegal, un país lleno de alegría, pero de mucha pobreza, su idea cambió por completo y rompiendo totalmente con el tópico que se suele decir en estos casos y que él mismo dice: “Ellos nos han acabado ayudando más a nosotros”.
Aunque la necesidad se encuentra en cualquier sitio, a mil kilómetros o al lado de nuestra casa, lo importante es, siempre y donde sea, ayudar. Pues siguiendo lo que nos dice Guille: “Así, petit a petit -como diría un senegalés- uno va haciéndose más persona, más como ellos” y esa mentalidad es la que nos gustaría contagiar a todos y cada uno de los jóvenes que toma la decisión de incorporar el voluntariado como actitud a su vida.