Te puede pasar a ti, a mí, a cualquiera. Muchas veces pensamos que las personas sin hogar vienen de una realidad ajena, lejana a lo que vivimos. Sin embargo, en la sesión online que compartimos con el albergue Santa María de la Paz de Madrid, los residentes nos enseñaron que cualquiera de nosotros podemos terminar un día durmiendo en la calle. Y que de ahí, con ayuda, también se puede salir.
José María, Fernando, Javier y Eduardo abrieron las puertas de la que ahora es su casa -y de su corazón- a todas las personas que les escuchábamos a través de la pantalla. Nos contaron sus experiencias, la mayoría dramáticas, que les llevaron a la soledad de las calles. Junto a ellos, estaban el hermano Juan Antonio y Esther, una de las trabajadoras del centro. En el albergue de Santa María de la Paz no hay una fecha de salida, porque entienden que para poder ayudar a estas personas, hay que tratar una serie de problemas que requieren tiempo. “Cada uno cicatriza las heridas en un tiempo particular”, decía Esther. El objetivo es que cada residente pueda desarrollar su vida de manera independiente, pero no siempre es posible. Este centro, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, da acogida integral a más de 100 personas sin hogar, a las que además ofrece atención social y psicológica, enfermería, apoyo jurídico, acompañamiento espiritual y la posibilidad de desarrollar talleres ocupacionales para su recuperación y reincorporación social. Atiende especialmente a personas de edad avanzada y con larga trayectoria de calle, con un perfil con un alto grado de deterioro y cierta cronicidad en su situación, que necesitan un recurso que les brinde una acogida integral de media/larga estancia.
Fernando, uno de sus residentes, nos hizo entender lo importante que es pedir ayuda, porque el orgullo, la vergüenza y el miedo hacen que uno pierda la esperanza. Por su parte, José María nos contó una de las claves: “No podemos olvidarnos de que somos libres. Siempre eres libre para decidir algo mejor. Entre beber y no beber, uno puede elegir no beber. Al final lo importante es no degradarse a uno mismo y saber que hay que tirar hacia adelante”. Y dentro de esa libertad, todos coinciden en que su mayor motivación es hacer algo positivo por las personas que les han ayudado y aportar a la sociedad. «Si no fuera por los hermanos hospitalarios de San Juan de Dios, ahora estaríamos en la calle o muertos», asegura José María.
“Al vivir en la calle das miedo a los demás, pero la gente se olvida de que tú también tienes miedo”, contaba Eduardo. Esta fragilidad de la que habla es el punto que a todos nos une, según el hermano Juan Antonio, que destacó que, en esta crisis que estamos viviendo, nos hemos dado cuenta de lo vulnerables que somos y de la importancia de cuidar a la gente que nos quiere, porque ellos son a los que nos tenemos que agarrar. Javier aseguró que lo que más les faltaba en la calle era el cariño, el calor de la gente. «Lo más duro, además de las inclemencias del tiempo, es la soledad», recordaba. Por eso nos animó a que cada vez que veamos a una persona sin hogar nos acerquemos a hablar o, sencillamente, les sonriamos.
Al final de la sesión, nos invitaron a describir con una palabra lo que sentíamos: respeto, cercanía, agradecimiento, reflexión, admiración o vergüenza (por cómo se trata a las personas sin hogar), fueron algunas de las palabras que se oyeron en ese resumen de una experiencia que deja huella.