Pasar unos días del verano ayudando a personas necesitadas, que luego no volverás a ver, por lo menos, en unos cuantos meses, puede parecer poco efectivo. Pero darse a los demás tiene un efecto multiplicador, con un alcance mucho mayor del que a simple vista pueda parecer. Y quienes lo han probado, como los jóvenes que han ido a Portugal este verano, con nuestros compañeros de Cataluña, lo saben.
No sólo han ayudado a personas mayores o discapacitadas a comer o a dar un paseo, sino que les han llevado una fresca bocanada de cariño, alegría y entusiasmo… propios de sus 16 a 25 años. Y, además, ellos han vuelto cambiados. Porque el atractivo de salir de uno mismo, para abrirse al sufrimiento o a las necesidades de los demás, nunca deja indiferente y abre nuevos horizontes que pueden cambiar el enfoque vital. Es lo que pasa cuando descubres y te dejas arrastarar por el fascintante tirón de lo que llamamos el #LivingforOthers.
Y, si no, no hay más que ver, lo que dice, Robert, un joven de 2º de Bachillerato, tras su experiencia de este verano: “Dedicar tiempo a personas necesitadas me ha ayudado a tratar mejor a las que tengo cerca”. Él ha sido uno de los nueve, desde estudiantes de Bachillerato hasta universitarios, que han participado en un plan de voluntariado, en Viseu y Lisboa.
Allí han estado ayudando en una residencia de la tercera edad, donde daban de comer a los residentes, y trataban de entreternerles dando un paseo o cantando y bailando con ellos. “Al principio cuesta romper el hielo para cantar o bailar con gente con discapacidad física o con ancianos, pero luego vale la pena, sólo por ver su rostro de alegría” cuenta Juan, un joven profesional de 25 años, procedente de Perú. «Escuchando a los ancianos hemos aprendido mucho” asegura Miquel, estudiante de 4º de ESO.
También colaboraron con una residencia de discapacitados, el centro Santo Estavao, donde estuvieron cantando con los residentes y ayudaron a dar la comida. Para ellos fue bastante impactante. A Santi, estudiante de 4º de ESO, lo que más le gustó fue “ver la cara de felicidad de los discapacitados al bailar y cantar con los voluntarios”. Para su compañero Miquel, lo mejor es “el agradecimiento de los que son menos autónomos, al darles de comer”.
Otro día, visitaron a las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta en Lisboa, que acogen ancianos con escasos recursos. Les dieron de comer y les ayudaron a arreglar el jardín. “En la casa de la madre Teresa, nos impactó saber que la mayoría de los ancianos que residían allí era gente que había vivido en la calle. Vimos que las hermanas tenían poca ayuda y que, con un poco de dedicación que les dimos, se pusieron muy contentas”, recuerda Quique Calomarde, responsable de Cooperación Internacional en Cataluña.
Y es que, aunque pueda parecer que estos jóvenes estaban haciendo poco más que quitar cuatro malas hierbas, en realidad estaban aprendiendo lecciones vitales, cortando malas hierbas: “El voluntariado me ha ayudado a valorar lo que tengo”, afirma Ignacio, estudiante de 1º de Bachillerato, 17 años. “Durante estos días me he dado cuenta de que con dar cariño y sonreír puedo hacer felices a los demás”, cuenta Fernando, que estudia 1º de ADE.
Y, lo mejor, es que la experiencia deja huella y, casi siempre, marca un cambio de rumbo de largo alcance: “Dedicar tiempo a gente necesitada ha sido un descubrimiento, que seguro que repetiré”, dice convencido Gonzalo, de 16 años.
Gracias a todos los que habéis hecho un hueco en vuestras vacaciones para dedicar tiempo a los que sufren una vejez, enfermedad o soledad que nunca se toma vacaciones. Seguimos contando con vosotros para llevar cada día más lejos el #Livingforothers. En este ÁLBUM encontraréis algunas de esas sonrisas, por las que este pequeño esfuerzo ha merecido tanto la pena. ¡Feliz Verano!