Vivir en un piso tutelado con personas que no conoces, porque no tienes a quién acudir para salir a flote no es nada fácil. Pero para hacérselo un poco más llevadero, a quienes recurren a la entidad “Cocina Económica”, en Santander, para poder acceder a uno de sus pisos tutelados, los acompañamos con las visitas de nuestros voluntarios de la Universidad de Cantabria. Esta organización, de las Hijas de la Caridad, atiende un comedor social, una residencia y 16 pisos tutelados. Y el perfil de familias que acuden a ellos ha cambiado mucho, porque ahora se ven más familias de un entorno ‘normalizado’ que por primera vez tienen que pedir ayuda para lo más básico.
En los pisos tutelados viven personas o familias en riesgo de exclusión, que atraviesan una situación insostenible y necesitan ayuda urgente, a modo de salvavidas, para salir adelante. Se trata de pisos de varias habitaciones donde conviven personas de distintas procedencias, con el objetivo de facilitarles el camino para que cuanto antes, puedan vivir de manera autónoma.
Aunque las necesidades más básicas las tienen cubiertas, un grupo de voluntarios universitarios se turnan para visitarlos los fines de semana, y hacerles notar que no están solos: “Nos pasamos cada quince días para ver qué tal están, hacer de mediadores si tienen problemas de convivencia, ayudarles a organizarse en su día a día, por ejemplo, con las tareas del hogar, y a veces comprar alguna cosa que necesiten, como unas cortinas, un microondas o un colchón”, nos cuenta Pablo, coordinador desde hace varios años de la actividad. Los voluntarios ven que pueden ser útiles en eso, y que también acompañando, hablando y escuchando pueden ayudar. “Les impacta especialmente encontrarse con gente de su edad, como un chico de Mali que, se vino a España cuando estudiaba 2º de Económicas, llegó aquí solo y sin tener a quién acudir. Ven que son chicos iguales que ellos, con sus mismas inquietudes… pero con unas circunstancias y unas responsabilidades mucho más duras”, destaca.
Y los beneficiarios valoran mucho que se les ofrezca una atención concreta, porque están muy solos y no suelen ir a visitarles para ver qué tal están. Muchas veces viven además con la presión familiar de ver cómo traer a su mujer, sus hermanos… Ahora atendemos un piso donde viven tres personas inmigrantes de distintos países. “Muchos de los usuarios son extranjeros que llegan a España sin tener a quién acudir. Por ejemplo, una señora colombiana que estaba medio trabajando en el cuidado de ancianos y con su hija de 16 años estudiando FP, -nos cuenta Pablo-. Hay personas con una situación más cronificada, como el caso de un señor jubilado de Santander, con una pensión no contributiva… pero también hay muchos en los que los beneficiarios encuentran un trabajo estable y logran su autonomía. Como un hombre de Honduras que pidió asilo por violencia en su país y llegó a España con su hijo, y gracias al respaldo que encontró en estos pisos, consiguió trabajo en un taller mecánico y logró salir adelante y empezar a vivir por su cuenta”. Historias que hacen que todo apoyo merezca la pena.